Por Pedro Bolaño
«Soy Rossana Paola Collazos Ruiz: madre, esposa, mujer empoderada, actriz y narradora oral». Con esta declaración de principios, Rosana se presenta como una fuerza de la naturaleza que, aunque nacida en Bogotá, se declara con orgullo «más samaria que el morro». Y es que de sus 52 años, 42 han transcurrido en Santa Marta, una ciudad cuyo espíritu histriónico y teatral corre por sus venas y da forma a cada uno de sus gestos.
Este universo personal y profesional es un mundo que ha creado desde la unión y la creación conjunta con su esposo y cómplice de vida, Carlos Miliany. Junto a él y sus hijas, Ohanna e Hicsa, ha «tejido pacientemente una familia con los hilos de la cultura y el teatro». Ellos, afirma Rossana, son su centro, y reconoce que «todo esto no habría sido posible sin que Dios hubiera estado en nuestras vidas».
Las Raíces del gesto y la imaginación
Para entender el arte de Rossana, hay que viajar a su infancia. En su hogar, la palabra nunca fue estática. Su madre Carmen, una mujer «alegre y dicharachera», no contaba una historia: la actuaba. Su tío Eudes es un narrador perpetuo de anécdotas. Su abuelo paterno, un historiador que convertía las reuniones familiares en cápsulas históricas vivientes. Este entorno fue su primer escenario.
«El ser caribeño de por sí es histriónico, es teatral», afirma Rossana. Esa expresividad innata se fusionó con un mundo interior extraordinario. Durante años, Rosana tuvo un «reguero de amigos imaginarios». Lejos de ser una preocupación, sus padres abrazaron su fantasía y validaron su universo creativo.

El escenario de la identidad: mujer, palabra y lucha
El arte de Rossana es una declaración de identidad y activismo. Su voz propia comenzó a tomar el centro del escenario al dedicarse al teatro infantil, redefiniendo clásicos universales con un toque caribeño. Su festival de narración oral, «El Mar de las Palabras», es un acto político para que la voz de la mujer sea protagonista.
«El hombre es el dueño de la palabra, pero la mujer es la que tiene la barriga y es la que le cuenta la historia a los hijos», defiende Rossana. Su escenario del Encuentro de Narradores acoge a mujeres indígenas, campesinas, afro y de la comunidad LGTBQ+, en una clara protesta contra la invisibilización.
El arte como política en un macondo infinito
Para Rossana, la cultura caribeña es un realismo mágico andante. «Reconozco que el Caribe colombiano es un eterno Macondo y que lo único que hizo García Márquez fue transcribir lo que sus ojos veían». Su arte no puede desligarse de la realidad y aborda de frente el cambio social, el medio ambiente y la política.
El vuelo hacia el futuro: un consejo y una promesa
Soñadora incansable, Rossana ya tiene la mirada en el futuro. Su gran proyecto es escribir un libro con sus cuentos y obras. También anhela cantar para niños y embarcarse en una aventura épica: recorrer en carro desde Santa Marta hasta la Patagonia, contando historias.
«Cree en tus sueños. Si lo soñaste, es por algo. Ya hiciste lo más difícil, que fue empezar», aconseja Rossana. Y lo ilustra con el final de un cuento: una mujer que siente cómo sus brazos se convierten en alas y se eleva hacia el cielo, viendo a muchas otras mujeres volando detrás de sus propios sueños.
«Yo no cuento para cambiar el mundo. Yo cuento para que el mundo no me cambie a mí», sentencia Rossana con una frase del maestro Nicolás Buenaventura. Y al no cambiar, al mantenerse fiel a su esencia, transforma todo lo que toca.