Por Pedro Bolaño.
En el vibrante escenario del caribe colombiano, donde el ritmo del tambor late con fuerza y la palabra vuela entre palenques, vive Matilde Ester Maestre Rivera. Una mujer cuya voz firme y cálida lleva el sello de su herencia afrodescendiente, y cuya risa contagiosa e inesperada rompe cualquier solemnidad. Matilde es una mujer que transforma con su presencia, y su vida es un testimonio de su compromiso con la cultura y la comunidad.
Raíces de una Lideresa
Licenciada en Español y Literatura, Ingeniera de Sistemas, Abogada, Gestora Cultural, Activista, promotora de políticas públicas y defensora de comunidades afro, Matilde es muchas cosas, pero sobre todo, es raíz. Su infancia en el caribe estuvo marcada por la oralidad de los eventos, los rezos cantados, las fiestas populares y la espiritualidad ancestral. Crecer en este entorno le enseñó que cada gesto cultural es un acto de lucha contra el olvido y la invisibilización.

Una voz femenina que abrió caminos
«Ser mujer caribeña es saberse fundadora, no espectadora», afirma Matilde. Y en esa frase se resume el eje de su trabajo: visibilizar el rol histórico de las mujeres negras como guardianas de saberes, lideresas invisibilizadas y constructoras de territorio. Matilde no solo ha coordinado políticas públicas en educación y cultura, sino que ha sido pieza clave en la creación de agendas étnicas, comités sociales y reformas estructurales.
La política con alma y la cultura como trinchera
Matilde no olvida de dónde viene, y tampoco permite que otros lo olviden. Aun cuando ha ocupado cargos de alto nivel, nunca dejó de vivir en su barrio, caminar con la comunidad y responder a las necesidades de su gente. «Yo no llegué para mandar, llegué para conectar. La cultura se hace con los hacedores, no desde una oficina con aire acondicionado», afirma. Su gestión fue tan visible que hasta la prensa local la confundió con la secretaria oficial antes de serlo.
La resistencia de una mujer afro en tierra de silencios
Hablar con Matilde es transitar la historia oculta del Caribe: la de los pueblos que construyeron ciudades, pero no figuran en los libros; la de las mujeres que parieron futuro, pero quedaron fuera de los monumentos. «Nosotras no fuimos esclavas, fuimos esclavizadas, y eso cambia todo», afirma. Su lucha va más allá del activismo: es una pedagogía del reconocimiento. Con base en la Ley 70 y el artículo 55 transitorio de la Constitución, Matilde ha sido clave en el diseño de políticas públicas con enfoque diferencial en este territorio.
Gestora de sueños, sembradora de identidad
Los mayores triunfos de Matilde no se miden en medallas, están en el brillo de los ojos de un niño que aprende a leer, en la sonrisa de una mujer que se reconoce en sus ancestros, en una comunidad que se articula para defender su territorio. Para Matilde, cada política construida, cada red tejida, cada espacio abierto, es un acto de justicia y un legado para quienes vienen detrás.
Matilde representa la Samariedad en su forma más auténtica, es esa mezcla de coraje, sabrosura, ancestralidad, denuncia y ternura que define a quienes no se rinden. En ella se cruzan la historia de una ciudad marcada por la exclusión y la fuerza de una mujer que no acepta los límites impuestos. En un país que aún le debe demasiado a sus pueblos afrodescendientes, Matilde Maestre Rivera no es solo una lideresa: es un espejo donde mirarse, una brújula que apunta a la dignidad y una llama que sigue encendida.
¿Conoces a la Matilde que vive en tu barrio?
La Samariedad no es solo un lugar: es una forma de ser, de resistir y de transformar. Matilde Ester Maestre Rivera es un ejemplo vivo de que la cultura puede ser una herramienta de cambio y justicia social. Su historia es un llamado a reconocer y valorar la riqueza cultural de nuestras comunidades, y a trabajar juntos para construir un futuro más justo y equitativo. Mati, como muchos la conocemos, es la Samariedad como símbolo de resistencia.